
José Luis Díaz Granados1
Manuel es macizo, alegre, bullicioso por naturaleza y a propósito. Culto, amable, cuando diserta sobre algún tema específico gusta abarcarlo, desbordarlo, agotarlo. Para ello se arma de una capacidad inusitada de concentración y por lo general —algo insólito—, puede hablar durante largo tiempo con los ojos completamente cerrados bajo las espesas cejas y vocalizando cada palabra con firmeza, convencido de la verdad de lo que está diciendo, mientras enseña sus dientes grandes y perfectos.
A veces, ante un auditorio atiborrado de estudiantes, se apasiona y su voz vibra como la de un barítono hasta paralizar a la audiencia, especialmente cuando se está refiriendo a la diáspora africana que costó millones de vidas preciosas por culpa del sistema inhumano y criminal que utilizaron los colonizadores y esclavistas para el despojo y desarraigo de los nativos, el posterior transporte en condiciones infrahumanas y el trato vergonzoso del que fueron víctimas durante su cautiverio en el nuevo continente.
Entonces el oyente siente que Manuel está allí como una conciencia intemporal levantando el dedo acusador contra los opresores inclementes y encarnando todas las bellas acepciones de la negritud, el negrerío y la negredumbre, como un auténtico vocero, como un chamán, como un apóstol. Es ante todo un hombre negro del sur de América, del Caribe mestizo, que vive, sufre, agita y denuncia las injusticias sociales, las desigualdades raciales y la opresión continua de los condenados de la tierra. Su interés no es otro que el de relatar y dejar testimonio de una cotidianidad salpicada de tribulaciones y aventuras.
Manuel —el escritor, el vagabundo, el antropólogo—, nació en Lorica el 17 de marzo de 1920.
Allí vivió su “infancia sin juguetes, alimentado con bananos”, infancia llena de privaciones y de marginalidad. Educado en el colegio de su padre, no tardó en dar a conocer sus dotes de narrador —oral y escrito—, actor local y autor de libretos para el teatro escolar, siempre curioso y ávido en su deseo de atisbar el conocimiento y reinventar el ancho y vario mundo que lo circundaba.
Cursó estudios secundarios en la Universidad de Cartagena y allí en 1937, recibió el título de Bachiller. En la misma institución y sin abandonar sus aficiones literarias y teatrales, se inició como premédico, para realizar posteriormente la carrera de Medicina en la Universidad Nacional en Bogotá, donde obtendría el doctorado en 1948.
En ese entonces, Manuel Zapata Olivella era un estudiante de medicina que enfrentaba en la fría Bogotá los agobios de la discriminación no sólo racial sino étnica, hacia el nativo del Caribe o costeño. Además, venido de un hogar humilde donde conoció innumerables privaciones, veía sobrecogido la injusticia social que se vivía en las salas hospitalarias de la capital. “Los enfermos se atraían más —decía— por su llaga social que por su enfermedad misma, y cuando alguno agonizaba ante mis ojos, veía en él la víctima de la sociedad que lo fatigaba, desnutría y condenaba a muerte en un hospital desmantelado”.
Entre 1939 y 1940, mientras cursaba los primeros años de esta carrera, fue monitor de Anatomía y Fisiología en la Facultad, pero luego, el escritor en cierne, el vagabundo por autodefinición, quizás influido por sus primeras lecturas de las obras de Máximo Gorki, Knut Hamsum y Panaït Istrati, abandonaría por más de cinco años la academia para dar rienda suelta a los impulsos más apremiantes de su juventud febril.
«Desesperado, el joven estudiante anhelaba vivir experiencias personales distintas a las disertaciones abstractas de la facultad, donde “el enfermo jugaba a veces el papel de simple espectador»
[…]
Buscando una respuesta a sus inquietudes, dedicó unos meses al cultivo de hortalizas en los jardines de la Ciudad Universitaria, tratando de que la agricultura fuera una válvula de escape a su impaciencia contenida. Al mismo tiempo, escribía artículos para revistas de circulación limitada, organizaba teatro estudiantil, centros de estudios y charlas para obreros, estudios de pintura y escultura, etc.
A los 20 años la necesidad de viajar, de salir en busca de horizontes más propicios a su afán de indagar los misterios multicolores del mundo, no tanto por aquello que impulsó a Porfirio Barba-Jacob a recorrer las tierras de Centroamérica y el Caribe —a ver si “tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría”—, sino compelido por un ansia arterial de aventurar. De aventurar porque sí, sin razón ni propósito algunos, tan sólo porque, como lo predicaba Rimbaud en una famosa boutade recogida por ahí: “Los verdaderos viajeros no son los que parten para algún lugar determinado. Son los que parten por partir”.
La primera intención fue la de imitar a Arturo Cova, el corajudo poeta de La vorágine que jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia. Pero al llegar a los Llanos Orientales en escala hacia las selvas del Amazonas y el Brasil, recordó que el romántico personaje de José Eustasio Rivera había sido devorado por la jungla, y entonces decidió regresar a Bogotá, algo abrumado y avergonzado consigo mismo, pero listo a emprender sin embargo una aventura de largo aliento.
En abril de 1944, después de superar incontables peripecias burocráticas debido a su falta de papeles de identidad, dinero y oficio
conocido y luego de vadear un peligroso río nocturno, logró Manuel penetrar en territorio mexicano[…] La etapa mexicana fue una de las más enriquecedoras en su vida de escritor y de hombre. Allí sobrevivió como actor, albañil, conferenciante en Morelia, arrimado en apartamento de estudiantes colombianos[…] Trabajó con el periódico “Tiempo”, que dirigía Martín Luis Guzmán, el autor de la clásica novela El águila y la serpiente, quien le dio generosas lecciones de periodismo moderno.
«El inquieto y rebelde escritor no se conformó con culminar su periplo en tierra azteca. Ahora quería vulnerar el muro de Norteamérica. Quería ver y vivir en carne propia las grandezas y miserias del mítico monstruo. Sabía de antemano que el racismo imperaba, sobre todo en el Sur»
[…]
En su primer intento por cruzar la frontera, Manuel llegó demasiado tarde a la estación de ferrocarriles de Ciudad de México y el tren que conducía a los periodistas invitados por el Gobierno de los Estados Unidos para presenciar el ensayo atómico de Bikini, acababa de partir. En esa forma se frustró la visión del experimento que meses más tarde “había carbonizado a miles de seres humanos en Hiroshima y Nagasaki”. Pero Manuel es tenaz y no se rinde ante las dificultades por infranqueables que parezcan.
«Después de cuatro años de vagabundaje, en los cuales se fueron forjando a un mismo tiempo el escritor con su universo personal y el médico que buscaría a toda costa la curación del oprobioso cáncer de la discriminación racial, de la injusticia social y de la pobreza, emprendió su retorno a
Colombia».
A partir de su ingreso al Caro y Cuervo, Zapata adquirió novedosos conocimientos acerca de la escritura, que no sólo influyeron de manera poderosa en el futuro autor de Changó, el gran putas, sino también en el antropólogo, el investigador del afroamericanismo y en el lingüista que hay en este estudioso incansable de nuestros orígenes.
Fue entonces cuando se lanzó a una aventura cultural sin precedentes en Colombia, una auténtica expedición cultural que marcaría dos generaciones literarias al abrir para ella, de par en par, las puertas de su generosidad sin límites: la revista Letras Nacionales. Entonces, el novelista silenciaría su producción en este género durante 20 años.
Allí por primera vez leyeron sus textos poetas, narradores y ensayistas nacidos a finales de la década del 30 y a comienzos de la del 40, entre ellos Germán Espinosa, el consagrado autor de La tejedora de coronas, quien recuerda así este acontecimiento: “Para cristalizar aquel proyecto (Letras Nacionales), puede decirse que Manuel hizo oblación de sus años provectos, pues incluso dejó por un tiempo de escribir”.
La obra periodística y científica de Manuel Zapata Olivella se halla dispersa en diarios, suplementos y revistas especializadas del país y del exterior. Cuentos suyos han aparecido en antologías en Bogotá, Cali, Tubingea, Basilea, Berlín, Quito, Nueva York y San José de Costa Rica. Sus novelas se han reeditado numerosas veces en español y han sido vertidas al chino, ucraniano, francés e inglés. Sobre ellas se han escrito más de una veintena de libros.
En la última década del siglo XX y primeros años del siglo XXI Zapata Olivella desplegó una inusitada actividad, tanto en el orden literario e investigativo, como en el campo de la divulgación cultural. De sus 80 años de vida Manuel ha dedicado 65 a conformar un universo literario que enriquece no sólo la realidad circundante sino la cultura colombiana, latinoamericana y caribeña con sus obras narrativas y teatrales, sus estudios sobre la historia, el folclor, la ciencias sociales y el lenguaje, esto último, como luz mediadora entre el hombre y sus sueños, entre el hombre y su mundo real.
De todas las leyendas y tradiciones negras y mestizas, de sus ricas culturas orales, sus romances, sus pequeñas epopeyas, cuentos y narraciones de diversa índole y procedencia, Manuel Zapata Olivella ha tomado atenta nota para la construcción de su saga magistral. Por ello, en una acabada y persistente sinfonía coral, aparece una y otra vez el lamento perdido y recobrado del africano arrancado a la fuerza de sus raíces, despojado de su tierra y trasplantado en islas, playas, montañas y llanuras que le eran ajenas, pero que no tarda en hacer suyas.
La fidelidad de Manuel Zapata Olivella a su vocación literaria y a la continua búsqueda de elementos técnicos y humanos, abrieron, en opinión del profesor John S. Brushwood, el ciclo de la nueva novela en Colombia. Y su tenacidad —agregamos nosotros—, su trabajo incesante y los inestimables contenidos de su obra, se han de convertir en vivo ejemplo de magisterio fecundo para la novísima generación de escritores colombianos.
Referente bibliográfico
Tomado de:
Díaz, J. (2003) Manuel Zapata Olivella, su vida y obra. Recuperado de: https://manuelzapataolivella.co/pdf/MZO-SuVidayObra.pdf
1 El presente texto corresponde a la obra del escritor y periodista referenciado, titulada Manuel Zapata Olivella, vida y obra (2003). Págs. 4-50.